Lenguajes Culturales y Fiesta Tradicional Zamorana.
Juan Manuel Rodríguez Iglesias.
“Yo creo, espero y deseo que se conserven de la fiesta al menos algunos de los rasgos que la han definido: sentido trascendente; vivencia comunitaria; ruptura real y simbólica del trabajo; ruptura también con la cotidianidad y la racionalidad establecidas, aunque generando su propia lógica, su propio código conductual; ese carácter de re-vida, de re-visión a que alude Elster…”
Francisco Rodríguez Pascual.
1. Dinamismo y Complejidad de la Fiesta Tradicional Zamorana.
A lo largo de los primeros años de esta década inicial del siglo XXI hemos desarrollado una investigación sobre las fiestas tradicionales en la provincia de Zamora. Conscientes de la limitación de tan inabarcable objeto, ya que pretendimos incluir las fiestas desaparecidas, las que permanecen y las que iban apareciendo nuevas, abrimos varios apartados o archivos para dar entrada a las fiestas según la fecha de celebración en el año, las diversas publicaciones que aparecían sobre el tema, y sobre todo, abrimos un archivo de palabras, nombres, objetos, etc. que surgían en la investigación, para crear un “Diccionario de las fiestas tradicionales zamoranas”. Estos archivos siguen abiertos y en ellos seguimos incluyendo datos, nombres y costumbres. A todo este material aplicamos un modelo de análisis antropológico de fundamentación semiótica, para dar sentido, significado, orden y comprensión a esta abigarrada y desbordante manifestación cultural de la provincia de Zamora. Este artículo es una breve exposición de algunas de las conclusiones que resumen la investigación. En él confirmamos, a través de los datos que hemos recogido y vamos recogiendo de los informantes locales, de la documentación bibliográfica y periodística, que la riqueza festiva zamorana, como toda manifestación festiva, está caracterizada por el dinamismo y la complejidad.
Dinamismo.
Las fiestas son hechos sociales cambiantes, por muy tradicionales que sean. Cada generación debe recrearlas, hacerlas suyas, darles ese matiz específico que caracteriza al grupo de personas que va a vivirlas.
Hay fiestas que permanecen a lo largo del tiempo. Los paisanos de principio del siglo XX celebraron la romería de La Hiniesta, al igual que lo han hecho los del comienzo del siglo XXI, pero cada generación lo habrá hecho según las condiciones de su época, según su modo de comprenderla, de recrearla.
Otras fiestas han desaparecido. Muchos pueblos, antes devotos de San Antón, hoy ya no celebran esta fiesta, presente todavía en algunos pueblos como fiesta de mozos. El abandono de la agricultura y la ganadería ha hecho desaparecer numerosas fiestas de este tipo.
Las celebraciones importantes han aguantado, ya sea adaptándose a los nuevos tiempos, o cambiando de lugar y fecha. Las celebraciones supeditadas al calendario agrícola y ganadero han desaparecido, como las rogativas de primavera o algunas ofrendas otoñales.
Y en medio de este movimiento de permanencias y ausencias se han creado nuevas formas expresivas del complejo festivo zamorano. Ofrecemos algunos ejemplos:
- Fiesta de la Convivencia (San Román del Valle).
- Fiesta del Emigrante (Palazuelo, Fuentelapeña, Mámoles, Fiesta del saucano ausente).
- Fiesta del Turista (Cañizo de Campos, Riego del Camino, Roales del Pan).
- Fiesta del Jubilado.
- Fiesta de la Juventud (Melgar de Tera, Ferreras de Arriba).
- Fiesta de Agosto (Gema, Santibáñez de Vidriales).
- Fiesta de las Peñas (Cubillos).
- Fiesta de la Comarca (Aliste, Sanabria…).
- Fiesta del Vecino (Zamora).
- Fiesta de la Vendimia (Villamor de Escuderros).
- Fiesta de la Cosecha (Muelas del Pan).
- Fiesta de Productos Tradicionales y Locales (queso, ajo, uva, flores…).
- Fiesta de la Madera (Villalpando).
- Fiesta Hispanoamericana (en Rionegro del Puente).
- Semana Cultural (Villafáfila, Pino de Oro, Granja de Moreruela, Cerecinos de Carrizal).
- Verano Cultural (Puebla de Sanabria).
- Homenaje a los Mayores (Foramontanos, Sesnández de Tábara).
- Homenaje a los Mayores de más de 90 ó 100 años.(Uña de Quintana).
En general, todas estas fiestas son relativamente recientes. Se han concentrado sobre todo en los meses de verano, julio y agosto. Antiguamente estos meses no tenían tantas fiestas patronales. Los días de fiesta eran pequeñas paradas o descansos en las importantes tareas del verano. Sólo la Asunción y San Roque destacaban y siguen destacando en este periodo del año. Hoy casi todos los pueblos de la provincia trasladan o repiten (fiesta del turista) su fiesta más significativa a estos días estivales. Han aparecido por razones de adaptación a las nuevas formas de vida, sobre todo por el impacto de la emigración en la segunda mitad del siglo XX, y el retorno temporal, o definitivo por jubilación, de muchos emigrantes originarios de los pueblos que celebran estas fiestas. También, por supuesto, por las mejoras en las condiciones económicas de vida, en las comunicaciones y el transporte, por la influencia de otros pueblos o regiones donde viven habitualmente los emigrantes, trayendo las costumbres del lugar donde viven, etc. No suelen ser religiosas, pero la mayor parte tienen su apartado religioso dedicado a festejar con misa y procesión al Cristo, la Virgen o el Santo Patrono del pueblo, normalmente trasladada su festividad a las fechas en las que se celebra esta nueva fiesta, para que el ausente, turista o emigrante, rinda homenaje al patrono de “su pueblo”, cuando está de vacaciones. San Martín de Terroso celebra su fiesta el día de la Encarnación, en el mes de Marzo, pero al coincidir con la cuaresma se trasladó 15 días después de la Pascua, pero al faltar la mayor parte de los vecinos por estar emigrados en Madrid, Barcelona o Bilbao, se trasladó finalmente al mes de agosto. Con frecuencia estas fiestas nacen de la iniciativa y del esfuerzo económico de los propios emigrantes o hijos de emigrantes.
El dinamismo festivo zamorano se ha manifestado en la aparición de estas nuevas fiestas, pero también, por el contrario, se ha manifestado en la reducción del número de fiestas en cada pueblo, como ya hemos aludido anteriormente. El calendario festivo tradicional ha menguado considerablemente a lo largo del siglo XX. Hechos sociales objetivos y cuantificables como la emigración (que ha ido reduciendo paulatinamente el número de habitantes desde la primera mitad del siglo XX) y la mayor movilidad social (algunos hijos del pueblo han cambiado varias veces de residencia y de trabajo a lo largo de la vida en ese mismo periodo de tiempo), la nueva orientación económica de la sociedad y su nueva identidad (desaparición de la economía rural y aparición en los pueblos de una economía y un modelo de vida urbano), o ideológicos, como la secularización, la tolerancia religioso-política, la democratización de la sociedad, todos estos hechos sociales han influido directamente en este aspecto limitador que caracteriza el dinamismo festivo zamorano.
Un documento significativo nos puede ejemplificar muy bien lo dicho. En el registro de una escuela zamorana (Terroso, Sanabria) podemos leer en letra del maestro del pueblo las fiestas que tenía que tener en cuenta en 1911: “… Todos los domingos, los días de Natividad del Señor, Circuncisión, Epifanía, Ascensión, Asunción de Nuestra Señora, Inmaculada Concepción, San Pedro y San Pablo y Todos los Santos… Santísimo Corpus Christi, del Patriarca san José, y del Apóstol Santiago… y son fiestas nacionales, el santo del Rey, el 2 de Mayo, el cumpleaños del Príncipe de Asturias, el cumpleaños del Rey, el 12 de Octubre (Fiesta de la Raza), el cumpleaños de la Reina y el santo de la Reina… la fiesta del libro el día 7 de octubre para conmemorar el nacimiento de Cervantes…”. Además había que añadir fiestas locales agrarias y fiestas patronales del lugar. Pensando ya no sólo en este pueblo (Terroso), sino en muchos otros pueblos zamoranos, se celebraban también los Carnavales, la Semana Santa, las fiestas de santos como san Antón, san Sebastián, La Candelaria, san Blas, santa Águeda, san Jorge, san Vicente, san Marcos, la Cruz de Mayo, san Isidro, san Juan Bautista, san Antonio de Padua, san Roque, san Mateo, san Miguel, san Martín, san Andrés… alrededor de muchos de estos santos había costumbres o rituales que todavía perviven, al menos como recuerdo. Tengamos en cuenta que no se celebraban todas estas fiestas o acontecimientos festivos con la misma intensidad, y en todos los pueblos, pero generaban en cada pueblo un ciclo festivo nutrido, sobre todo religioso. Por otro lado, la participación en estas fiestas era relativa: los jornaleros, los obreros, los criados del ámbito rural, no estaban de fiesta, a veces ni siquiera los días oficiales, porque el campo y los animales “no tenían fiestas”, como decía una anciana informante que el día de la boda de su hija abandonó el convite para dar de comer a las vacas.
De la anterior situación se ha pasado a una nueva situación que Honorio M. Velasco la define con dos características: reducción en el número de fiestas y concentración de días de fiesta en torno a las fiestas patronales.
En conclusión, la sociedad moderna actual, de carácter urbano (aunque se viva en un pueblo, el estilo es urbano), ha hecho desaparecer la concepción de ciclo festivo anual, (muchas fiestas, principalmente religiosas) y se ha cambiado por una concentración en uno o varios tiempos festivos, incluso más largos. Las fiestas importantes del ciclo anual han sido trasladadas a los tiempos de vacaciones, o a los fines de semana. El cambio ha provocado que algunas fiestas hayan desaparecido, o se hayan agrupado con otras fiestas. Pese a esta tendencia, no cabe duda que hay determinadas fiestas locales y romerías que no han podido con ellas los cambios modernos. En Zamora se han hecho fuertes las mascaradas invernales, la Semana Santa, Romerías como la Hiniesta o los Viriatos, los ofertorios alrededor de la Virgen del Rosario en Sayago o las fiestas del santo Cristo el día de la Cruz de septiembre.
Pero los pueblos pequeños (pensemos en los muchos que hay en Sanabria, Aliste o Sayago, como el caso de Terroso que hemos ejemplificado anteriormente) que han dejado de tener una economía agrícola y ganadera, y han reducido la población al mínimo, hasta tal punto que hoy día en invierno estos pueblos son “residencias de jubilados y ancianos” diseminadas por la geografía zamorana, han perdido su ciclo festivo anual, quedándose sólo con el día de la fiesta del pueblo… si hay gente que la pueda animar, y sólo en el verano, cuando llegan los emigrados y veraneantes. Ya no hay fiestas intermedias, sólo queda la patronal, y a lo sumo se celebra con la misa y la procesión… si hay cura. En el pueblo de Terroso quedan dos fiestas, la fiesta del pueblo, la fiesta Sacramental del segundo domingo de Junio, fiesta que llaman “del Rosario”, de la Virgen del Rosario, y la fiesta de la parroquia, la “fiesta del Santiago”, patrono de la misma. La comparación entre la enumeración de fiestas del maestro en 1911 y la realidad actual demuestra lo dicho hasta ahora.
Complejidad.
Con Francisco Rodríguez Pascual afirmamos también que la fiesta tradicional zamorana no es una manifestación simple, estamos ante un complejo festivo. Las fiestas no son situaciones descontextualizadas e individuales. Cada fiesta remite a otros ámbitos de la realidad que viven y vivieron los emigrantes y los propios zamoranos.
“ No existe la fiesta. Únicamente existen fiestas. Mejor, existen complejos festivos. Al ser la fiesta “un hecho humano total”, se reflejan en ella las dimensiones esenciales del hombre (“animal festivum”), y aun muchas accidentales: juego, espectáculo, arte, economía, “marketing”, folclore, estratificación social, turismo, religión… El elemento generativo y nuclearizador quizá sea estrictamente religioso, por poner un ejemplo. Pero el resultado final del proceso festivo implicará, de una forma u otra, facetas humanas dispares y hasta aparentemente contradictorias. La Semana Santa popular y el popularísimo Corpus Christi de nuestras aldeas y ciudades constituyen paradigmas manifiestos de cuanto estamos diciendo.” (“Complejo Festivo”, en La Opinión El Correo de Zamora, jueves, 11 de junio de 1998).
En esta misma línea afirma Honorio Velasco:
“La fiesta es un complejo contexto donde tiene lugar una intensa interacción social, y un conjunto de actividades y de rituales y una profunda transformación de mensajes, algunos de ellos trascendentes, otros no tanto, y un desempeño de roles peculiares que no se ejerce en ningún otro momento de la vida comunitaria, y todo ello parece ser susceptible de una carga afectiva, de una tonalidad emocional, de forma que las gentes y su acción social parecen encontrarse en, y crear, un ambiente inconfundible, el “ambiente de fiesta”.(Tiempo de fiesta. Colección Alatar. 1982).
Este complejo festivo, este ambiente de fiesta, es un abigarrado conjunto de manifestaciones económicas, intersubjetivas, lúdicas, religiosas, identificadoras, estéticas que describimos a continuación:
– Manifestaciones económicas: El número de días de las fiestas patronales ha variado desde los dos días y medio tradicionales (vísperas, el cristo y el cristico, como en el Cristo de Morales, por ejemplo) hasta la semana completa o la semana cultural que precede al los días de fiesta. Todo dependiendo del haber o poder económico de cada municipio o de los medios de financiación de los organizadores de la fiesta. Los espectáculos con toros, por ejemplo, han sido más o menos habituales, según las posibilidades económicas. De hecho, los mozos pedían los toros antes de la fiesta, y el alcalde tenía que dar respuesta en un mes para lograr el festejo taurino. A veces el ayuntamiento no tenía dinero para toros, o el gobernador civil no daba permiso para celebrarlos en el pueblo, entonces los mozos se las ingeniaban para poder conseguirlos, como ocurría en Castrillo de Guareña. Se han hecho populares las sardinadas, parrilladas, costilladas, chorizadas y grandes paellas, pagadas, o subvencionadas en parte, por los organizadores de la fiesta, o por los propios vecinos que participan en ella. Esto era impensable hace más de cincuenta años cuando algunos ayuntamientos, como el de Villadepera, a lo más que llegaban era a dar unos cántaros de vino con pan y escabeche. Por último, hay pueblos donde ya no hay fiesta externa, reduciéndose a la misa, la procesión y la comida familiar. No hay habitantes, no hay niños o mozos suficientes para animar una fiesta. No tienen presupuesto para hacer fiesta o dependen del presupuesto del municipio al que pertenecen. Estos son algunos ejemplos de las manifestaciones económicas que refleja el complejo festivo zamorano.
– Manifestaciones identificadoras. Otro aspecto del complejo festivo zamorano lo componen los elementos identificadores de grupo que siempre hacen resaltar las fiestas. El Santo, la Virgen o el Cristo del pueblo son signos identificadores como lo es el pendón que se lleva en la procesión, el traje típico, las expresiones coloquiales o los modos de trabajar el campo y cuidar los animales… En las fiestas se mitifican y ensalzan estas manifestaciones identificativas hasta tal punto que las autoridades externas al pueblo tienen muchas dificultades en prohibirlas. En su día, “el Salto de la cabra” de Manganeses de la Polvorosa, “correr los gallos” vivos en la fiesta de Quintos de los pueblos de La Guareña o Tierra del Vino, sacar determinada Virgen en procesión en tal día, poner o no poner determinado manto a la Virgen… han sido manifestaciones conflictivas que se han dado entre los vecinos del pueblo y las autoridades civiles o religiosas, porque, según los del pueblo, “les estaban quitando o prohibiendo algo suyo”. Ellos hacían todo lo posible por incumplir la prohibición…
– Manifestaciones sociales intersubjetivas. El complejo festivo zamorano desarrolla, además de las dichas anteriormente, numerosas manifestaciones sociales interpersonales o intergrupales. Los pueblos quieren que los demás pueblos se enteren de su fiesta para que vengan a ella, ya sea por motivos económicos (más público, más gasto en el bar…) o por motivos de prestigio (“nuestra fiesta es la mejor de la comarca”). Antiguamente había pueblos “abonados” a las fiestas del pueblo colindante o cercano, como los de Terroso con Pedralba o Requejo. Era tradicional ir siempre a su fiesta. Se dejaba el trabajo por la tarde, se juntaban mozos y mozas, y andando, participaban en el baile del pueblo en fiestas. También las familias de distintos pueblos se invitaban a comer a la fiesta de cada uno (llamaban a esto en La Guareña “rejas vueltas”). Uno comía en casa de su familiar de otro pueblo y luego estaba comprometido a invitarle el día de la fiesta del propio pueblo, los de Guarrate con los de Bóveda o con los de El Pego. La fiesta era y es momento para hacer abundante comida y comida especial, invitando a los familiares y amigos. Se hacían dulces especiales, que en algunos pueblos originaban la costumbre de “correr el bollo”, ir por casa de los amigos y ser invitado con sus dulces y licores. De las antiguas pastas panaderas, aceitadas y perronillas, con el arroz con leche, la sopa en vino y el aguardiente y el vino de cosecha, se ha pasado hoy a la enorme diversidad de productos de confitería traída de los supermercados, los vinos embotellados y los combinados de refresco y coñac, vodka, ginebra, etc, Todas estas manifestaciones festivas eran medios eficaces de relación entre personas y familias. También la moderna creación de las Peñas ha hecho de las fiestas momentos fundamentales de socialización fuera de la familia. Chicos y grandes se pasan los días de fiesta fuera de su casa, comiendo y durmiendo en el local de su peña. Como dicen las crónicas periodísticas de Fermoselle, Fuentesaúco o Bóveda de Toro, por ejemplo, “las peñas son el alma de las fiestas populares”.
– Manifestaciones religiosas. Las fiestas nacen fundamentalmente al amparo de una Virgen, un Cristo o un Santo patrón. Pero la mayor o menor importancia de una misa, una procesión o las antiguas vísperas cantadas aparecen y desaparecen según el interés de sus protagonistas. Incluso contra la voluntad del propio clero se llegan a hacer actos religiosos, como pasó en cierto pueblo de Aliste, donde tuvieron los vecinos un conflicto con el obispado de Astorga. Permanecen en muchos pueblos tradiciones como las misas por los fieles difuntos, misas ofrecidas a la Virgen o al Cristo por los niños nacidos en el año (los niños de los emigrantes o hijos de emigrantes, porque en algunos pueblos hace años que no nacen niños), subir a las andas del Cristo, la Virgen o el Santo Patrono al niño, los ofertorios y las subastas posteriores (aunque los productos y el pago son distintos), la puja por los brazos de las andas del Cristo, la Virgen o el Santo Patrono, las mandas por lo mismo, etc.
– Manifestaciones lúdicas. Las fiestas zamoranas están hoy cargadas de juegos tanto para los niños como para los mayores. Los organizadores reservan un día para juegos, concursos, y diversiones infantiles como castillos hinchables o trenes turísticos. Los mayores disfrutan de torneos de deportes, juegos de mesa, y los más mayores, y los que quieren aprender, recuerdan juegos tradicionales como la calva, las cintas, la rana, la tajuela, los bolos, y muchos otros juegos autóctonos o importados de otras comarcas. Los antiguos concursos de aradas, hoy se han transformado en concursos de habilidad en maniobrar con el tractor y su remolque. Los oficios o responsabilidades tradicionales, como repicar campanas, también se han convertido en concurso de algunas fiestas. Antiguamente sólo existían el juego de pelota, el trinquete, y algún juego más de calle, incluidos los juegos prohibidos de apuesta (sólo permitidos en las fiestas) como las chapas o el “arrimar” (unas “perrillas” a la pared). El juego como elemento festivo era y es uno de los elementos que mejor reflejan el dinamismo de las fiestas zamoranas a lo largo de los años.
– Manifestaciones estéticas. La música, el baile y la vestimenta son tres elementos estéticos que han formado y forman parte importante del complejo festivo zamorano. Antiguamente los vecinos se vestían de fiesta los domingos y los días señalados. Era costumbre que las mozas y casadas se hicieran un vestido para la fiesta. Hoy somos más informales en el vestir, sobre todo en las fiestas populares donde llevamos indumentaria para participar y no para exhibirnos. Pero se ha recuperado un modo de exhibición que antiguamente se reducía a acontecimientos familiares, como las bodas. El traje tradicional, el traje típico de cada pueblo o comarca, forma parte del espectáculo de la fiesta actual. Su exhibición llena una mañana o un día de fiesta. También la música y el baile tradicional hoy están reducidos a momentos puntuales de la fiesta, como las alboradas o el baile del vermú, donde la dulzaina o el “fole”, la gaita, amenizan. Antiguamente los mozos se encargaban de contratar la música para el baile de la fiesta. Si el pueblo no tenía músicos, pequeña orquesta, o no tenía gaitero, salían a contratarlo a un pueblo cercano, que tuviera fama de buen animador del baile. Hoy las grandes verbenas, con orquestas o conjuntos modernos contratados por los ayuntamientos que tienen presupuesto para ello, son el ideal de la fiesta de un pueblo. Aquellos tradicionales bailes de la tarde y la noche, amenizados por la música de una sencilla orquestina de viento y percusión del propio pueblo o del pueblo de al lado, que terminaban no más allá de las doce de la noche, hoy han sido sustituidos por los bailes de las grandes orquestas de las verbenas nocturnas y de madrugada, llegando a ver nacer el día, para comenzar la alborada del día siguiente… toda la noche de baile. La jota típica del pueblo es hoy anécdota en los días de fiesta frente a la potencia sonora y divulgadora de los últimos éxitos de los medios de comunicación de masas. También, desde el punto de vista estético, ¿qué pueblo no tiene hoy cartel de anuncio de su fiesta, o banderitas colgadas en la plaza o las calles donde se hace la fiesta? Y, por último, otras manifestaciones estéticas, que forman parte también del ámbito religioso, eran las loas o los ramos de ofrenda. Su música, letra rimada, las formas de los ramos, etc. eran también manifestaciones artísticas del complejo festivo zamorano
Este es el hecho festivo, el complejo festivo zamorano. Ante él, tenemos el reto de encontrar un orden, una razón, un sentido, un modo de clasificación que recoja todas las manifestaciones. La propuesta que a continuación proponemos es el análisis semiótico: Los Lenguajes Culturales.
2. Análisis Semiótico de la Cultura y su aplicación al “complejo festivo”.
En un momento del apartado anterior hemos afirmado que cada generación tiene que recrear la fiesta, revivirla. Cada generación o cada ser humano incardinado en una cultura no recibe la tradición y la repite tal cual, como un objeto inamovible, fijo, imposible de cambiar, sino que primero la ve realizada en la generación que la precede, la escucha, y después la vive y la realiza. En este caso la fiesta es esa parte de la tradición cultural que se ve, se escucha su vivencia y se vive en persona cuando llega el momento de la fiesta. Pero cada acontecimiento o fiesta que se repite es en algún sentido distinto, porque tiene que ser rehecho, revivido, recreado por cada generación que la protagoniza. Y es que la fiesta es un signo cultural, un símbolo cultural. No entro en la distinción entre ambos términos. Con Umberto Eco afirmamos que no es necesaria: no hay símbolos, ni signos… hay funciones semióticas. Todo símbolo o signo cultural es un signo abierto. La fiesta es un signo o símbolo abierto, en permanente cambio cada vez que es ejecutada y vivida. Y aquí está la clave de su permanente cambio y dinamismo, porque cada generación la tiene que ejecutar, vivir, realizar la función semiótica que la recrea, y en ese momento de recreación es posible el cambio, la evolución, la transformación y adaptación al nuevo tiempo en el que se vive.
Estas ideas básicas nacen de la lectura del Tratado de Semiótica General de Umberto Eco (Editorial Lumen. Barcelona. 1977): toda manifestación cultural, en este caso el hecho festivo, que es parte de la cultura, puede ser comprendida desde los presupuestos de la comunicación y la semiótica. En ella se descubren tres lenguajes culturales: ecológico, social-intersubjetivo y tradicional; los tres en mutua interrelación. En el complejo festivo zamorano descubriremos también tres lenguajes culturales que se entrelazan formando ese “complejo festivo”.
Los lenguajes están formados por signos culturales. Un signo cultural es una función semiótica, un encuentro convencional de un elemento del plano de la expresión, o aspecto sensible y perceptible, con un elemento del plano del contenido, o significado en esa determinada cultura. Siempre que un elemento captable por los sentidos (plano de la expresión) está unido a un elemento cultural significativo (plano del contenido) se produce un signo cultural. Cuando vemos a dos o más personas vestidas con el traje “típico” realizando determinados movimientos rítmicos y ordenados (expresión), le asignamos enseguida un nombre, la jota, baile del día de la fiesta (contenido).
Los signos culturales son generados por códigos culturales, reglas que unen la expresión y el contenido. Los códigos culturales también se clasifican según los signos y lenguajes que producen:
- Código cultural ecológico,
- Código social-intersubjetivo y
- Código tradicional.
El código cultural ecológico genera signos culturales mediante reglas de aprovechamiento y adaptación del ser humano al medio en el que vive.
El código cultural social genera signos culturales mediante
reglas de identidad y propiedad, cooperación y cohesión, por las que los miembros de un grupo humano manifiestan unas características determinadas y se relacionan de un modo determinado.
Por último, el código cultural tradicional genera signos culturales por medio de reglas de comprensión (científico-técnica, moral, artística, mítica, mágica, religiosa ) de la realidad, seguridad y fidelidad, por las que el grupo humano acumula en su memoria los conocimientos, las fiestas, las creencias, los valores, las ideas, etc. que se transmiten de generación en generación, a los que son fieles, porque les dan la seguridad de perpetuar su cultura.
El conjunto de signos culturales generado por cada código cultural forma el lenguaje cultural, que puede ser ecológico, social o tradicional, según los signos que lo compongan. A su vez, el conjunto de los tres lenguajes culturales es la cultura, entendida ésta como lenguaje total, expresión genuina de la forma de ser, pensar, actuar y vivir de un grupo humano.
Estas mismas ideas, algo más desarrolladas, están expuestas en la revista portuguesa Brigantia (Vol. XIII, Nº 1/2, Janeiro-Junho/93. Páginas 57-87), en la revista alcarreña Cuadernos de Etnologia de Guadalajara (Nº 25/1993. Páginas 403-422), y en la revista Studia Zamorensia, Vol. IV. UNED. Zamora, 1997, pp. 235-249, adaptadas a investigaciones hechas en Sanabria (Zamora), La Guareña (Zamora) y en dos pueblos de la provincia de Guadalajara.
Concretando todo lo dicho anteriormente en el acontecimiento festivo, una fiesta puede ser entendida en su totalidad como un signo cultural, tanto desde el lenguaje ecológico, el social, o el tradicional. Por ejemplo, la fiesta de san Antón, el 17 de enero, analizada en los años de la mitad del siglo XX, era una fiesta dedicada a los animales, aunque variaba su forma de manifestarse según la zona zamorana: en Sanabria era san Antonio Gurrineiro, porque el animal que se buscaba proteger era el cerdo, y en La Guareña la fiesta se centraba sobre todo en las mulas, que se engalanaban para recibir la bendición del santo. El lenguaje ecológico de cada zona zamorana provocaba un énfasis distinto en la fiesta: en Sanabria el cerdo, animal que abastecía con su carne la despensa anual, y en La Guareña la mula, animal imprescindible para las labores del campo. Desde el lenguaje social, en Sanabria, esta fiesta provocaba la existencia de una cofradía que organizaba los actos del día, misa, procesión y, sobre todo, subasta de los productos “ofertados al santo”, para pedir ayuda o dar gracias por un beneficio recibido durante el año. En La Guareña y Tierra del Vino coincidía, en el lenguaje social, con el día de los quintos, y también uno de los muchos días de las fiestas de invierno en el que mozos y mozas se divertían “echándose sanantonadas”. En el lenguaje tradicional, lo religioso servía de fundamento a la fiesta, al confiar en un santo eremita, que había vivido en el desierto alejándose de los vicios y del pecado (representados en cerdos y otros animales), la protección de los animales fundamentales de la economía de cada zona.
También podemos analizar la fiesta desde sus elementos, centrándonos en un objeto o manifestación concreta de la fiesta como signo cultural. Por ejemplo, los ofertorios a la Virgen que se llevan a cabo en Sayago después de las labores agrícolas del verano. La fiesta, normalmente en muchos pueblos alrededor del 9 de octubre, Virgen del Rosario, tiene como acto central y más significativo el ofertorio del trigo o (antiguamente) centeno recién almacenado en arcas, paneras y sobraos. Sin atender a otras causas históricas que lo expliquen, el hecho en sí se puede analizar desde el lenguaje ecológico: El trigo o centeno que se ofrece es el producto fundamental de la economía, el que hace el pan, la base de la alimentación diaria. Desde el lenguaje social: El ofertorio está patrocinado por unas mayordomas o mayordomos, protagonistas humanos de la ofrenda, que representan a todos o han hecho un voto para ofrecerlo. Y desde el lenguaje tradicional: La ofrenda se sacraliza en el contexto de una procesión o de una misa, implicando a la Virgen como receptora de ella y pidiendo su permanente protección.
Este modelo de análisis antropológico, publicado por primera vez en 1993, es paralelo a lo que en 1994 publicó Eugenio Trías en su famosa obra La Edad del Espíritu (Ediciones Destino. Barcelona, 1994). En él hace un análisis muy sugerente de las manifestaciones más trascendentes de la vida humana, especialmente la religión. Su análisis, claramente semiótico, es un itinerario de descubrimiento o aparición del símbolo. Nosotros hemos llamado anteriormente al símbolo, signo cultural. Trias recuerda que el símbolo, el signo cultural, es el encuentro de dos partes, de dos piezas que han sido separadas y deben volver a unirse para recuperar el sentido, el significado. Concibe la vida humana como el itinerario del reencuentro de esas piezas, la aparición del símbolo. El ser humano es el poseedor de una de las partes, y a lo largo de su vida, de su historia, busca al “otro” u “Otro” que posee la otra parte. Cuando se encuentran, cada uno “lanza” (ballo) su parte, para unirse con (sun) la otra parte (sum-ballo), y de ese modo hacer aparecer el sím-bolo. Lo más interesante de la propuesta de Trías es el desarrollo de ese camino hasta el encuentro, hasta la aparición del símbolo. En cierto sentido coincide con el modelo de análisis de los Lenguajes Culturales, expuesto en líneas anteriores.
Este modelo de comprensión de la aparición del símbolo, que Trías lo centra en la religión, puede ser aplicado al análisis de la fiesta, del complejo festivo. Retomando la propuesta de un modo personal, seguramente más allá de lo que propone Trías, entendemos que hay un primer momento que corresponde a lo que nosotros llamamos lenguaje ecológico compuesto por dos categorías. Estas dos categorías son la materia y el cosmos u orden de la materia. Aplicándolo al tema que nos ocupa, la fiesta, entendida como símbolo, parte de una realidad concreta, material, física, y económicamente aprovechada, trabajada. Las fiestas zamoranas están enraizadas en la vida y la actividad agrícola y ganadera que ha desarrollado esta cultura. Hay un segundo momento que corresponde a lo que nosotros llamamos el lenguaje social, también compuesto por dos categorías. Estas dos categorías son el encuentro con el “otro”, la presencia de interlocutores, y la palabra, el logos, la narración de ese encuentro, o lo que se dice en ese encuentro. En la fiesta hay un encuentro con los otros, imprescindible, no hay fiesta “solitaria”, “individual”, y hay una “narración”, hay una descripción de la fiesta, que se transmite de generación en generación. Por último, el tercer momento también se compone de dos categorías, que nosotros llamamos lenguaje tradicional. Estas dos categorías son la clave hermenéutica o sentido de la narración o logos, y la compresión del encuentro, el éxtasis o momento místico. En este último momento se ha producido el símbolo, o mejor, aparece el símbolo totalmente desarrollado y comprendido. En la fiesta es la vivencia de la fiesta, el momento del éxtasis, el acontecimiento, esa situación en la que el investigador o el foráneo pregunta al que vive “su fiesta” el por qué y el cómo de esta, y el informante responde con lágrimas en los ojos esta frase entrecortada “…es que esto hay que vivirlo… es algo que se lleva dentro… y no se puede explicar…”
Esta aplicación, muy personal, de lo que Eugenio Trías propone en su libro La Edad del Espíritu, refuerza la idea inicial de comprender la cultura humana, y en concreto las manifestaciones festivas, desde el punto de vista semiótico.
En toda fiesta se puede descubrir un lenguaje ecológico, una “materia” o base primordial e imprescindible que está dando “expresión” (tiempos del año, plantas, animales, labores agrícolas y ganaderas…). Hay un lenguaje social que dinamiza la fiesta, crea la relación entre las personas y da contenido “lógico”, narración y descripción, para ser transmitida a las generaciones siguientes, que ya lo están viviendo. Y hay un lenguaje tradicional, la comprensión del sentido y la vivencia de la fiesta, el éxtasis, el momento en el que (sin ayuda de bebidas alcohólicas) se llega a la vivencia del significado de la fiesta.
Por último debemos hacer ver que los lenguajes no son apartados estancos dentro del lenguaje total, que es la cultura, sino que cada lenguaje es expresión del siguiente, y a la vez es contenido del anterior. El lenguaje ecológico es expresión del lenguaje social, y, a su vez, éste lo es del lenguaje tradicional. El lenguaje social es contenido del lenguaje ecológico, y el lenguaje tradicional es contenido del lenguaje social. De modo que la cultura, los lenguajes culturales, se puede comprender en la imbricación y enlazamiento de los tres lenguajes. Una “careta” de cerdo curtida y curada al humo de la cocina en la casa sanabresa es una buena pieza para hacer el caldo diario de la antigua alimentación de los sanabreses (lenguaje ecológico, aprovechamiento del cerdo, animal doméstico). Esa “careta” es la expresión material de una subasta en el final de fiesta del día 17 de enero, san Antón Gurrineiro. La subasta es un signo de lenguaje social. Y a la vez, la subasta es la expresión externa, física, de un signo más trascendente, ya que todo este acto ocurre en el contexto de una fiesta religiosa, lenguaje tradicional, en el que se pide protección divina para un animal fundamental en la economía doméstica.
Los lenguajes se entrelazan, el signo de desarrolla, el símbolo (según Eugenio Trías) va apareciendo con mayor profundidad, hasta llegar al punto máximo, la comprensión total el “…no te lo puedo explicar con palabras… porque esto hay que vivirlo”.
Con estos instrumentos de análisis podemos hacer ya un pequeño esbozo comprensivo de las fiestas zamoranas, más allá de los esquemas cíclicos temporales que la mayor parte de los autores que han investigado las fiestas proponen. La clasificación cíclica anual que suele proponerse para presentar las fiestas de una cultura sólo es una parte de la nueva propuesta, en concreto de su lenguaje ecológico.
3. Los Lenguajes Culturales en la Fiesta Tradicional Zamorana.
LENGUAJE ECOLÓGICO. Los signos culturales generados por este lenguaje, en concreto, el complejo festivo que se manifiesta a través de él, tiene su fundamento en dos reglas básicas, la regla de adaptación y la regla de aprovechamiento. Adaptación al medio en el que vive el grupo humano poseedor de esa cultura, y aprovechamiento de ese medio en el que se vive. Es la dependencia de la “materia”, y a la vez el ordenamiento de esa “materia”, para organizarla en beneficio de quien vive en, por y para ella. “Materia” es el sol, la luna, las estrellas y sus ciclos, es la tierra, su configuración y su clima, y la lucha con ella (el trabajo) para vivir en ella. La adaptación al medio en el que se vive y su aprovechamiento favorecen o determinan la existencia de celebraciones y fiestas. Podemos clasificar las fiestas del siguiente modo desde este lenguaje:
- Criterio cíclico solar: según solsticios o equinoccios. Criterio estacional: primavera, verano, otoño, invierno: El solsticio de invierno, momento en el que hay menos luz solar, produjo en la antigüedad muchas manifestaciones festivas. Es un momento de crisis y de victoria de la oscuridad sobre la luz, del frío sobre el calor (del mal sobre el bien). Por eso aparecen celebraciones como las hogueras (Sejas, Carbajales, Jambrina, Cerecinos de Carrizal, e incluso Villalpando), hogueras hechas con motivos aparentemente dispares, tanto purificadores, conmemorativos o lúdicos. En esta línea también pueden encuadrarse las mascaradas invernales, como lucha de fuerzas del bien contra el mal (Pozuelo, Sanzoles, Ferreras…), de la luz sobre la oscuridad. Otra es la fiesta del sol invicto, cristianizada en la Navidad. También las fiestas de mozos y rapaces (el futuro de la vida del grupo…) etc. El equinoccio de invierno a primavera, alrededor del 22 de marzo, cuando los días empiezan a ser más largos que las noches. Un día clave es el 25 de marzo, la Anunciación, el día de la Encarnación, y posteriormente, toda la Semana Santa, cuya noche de resurrección debe coincidir con la primera luna llena después del inicio de la primavera. Y a medida que el sol se va haciendo más presente, en medio de los meses turbulentos de viento y lluvia, se desarrollan fiestas unidas a la exaltación de la vegetación como el mayo o la cruz de mayo. También es tiempo de proteger los campos con rogativas desde el día de san Marcos a la Asunción, final de mayo. Todos los pueblos zamoranos, de un modo u otro se unían a estas fiestas y acontecimientos ligados con el desarrollo de la primavera. Llama la atención cómo la Iglesia Católica situó fiestas importantes en los equinoccios y los solsticios, en este caso, por ejemplo, la Encarnación de Dios en el equinoccio de primavera para cristianizar esa fuerza universal de toda cultura de festejar, celebrar los momentos críticos del ciclo solar. El solsticio de verano está marcado por la fiesta de san Juan Bautista, el santo que anunciaba la llegada del Hijo de Dios y la preparación de su llegada a través del agua purificadora del bautismo. Es fiesta de fuego y de agua, de purificación, en la noche más corta del año. También la fiesta de exaltación del amor a través de la vegetación, por medio de las enramadas, que se celebra en muchos pueblos zamoranos, Avedillo, Rihonor o Hermisende, Bóveda, Coomonte o Casaseca de las Chanas, Molacillos, Moldones o Morales de Toro…. La costumbre de encender hogueras y sobre todo de aprovechar el rocío de la mañana y el agua de san Juan se encuentra en todos los pueblos. Por último, el equinoccio de otoño, alrededor del 22 de septiembre tiene a san Miguel, 29 de septiembre, como arcángel de Dios, manifestación del Todopoderoso, la manifestación de Dios. A su alrededor están las fiestas de ofertorios, sobre todo en los pueblos de Sayago, fiestas de ofrecimiento de los frutos recogidos al Dios que se manifiesta. Estas manifestaciones están reconducidas a través de las fiestas de la Virgen del Rosario, en todos los pueblos, zamoranos y no zamoranos. Las fiestas de otoño son de ofrenda, de regalo, para agradecer a Dios y a sus manifestaciones la ayuda y protección del año.
- Criterio geográfico: pueblo de valle o pueblo de montaña: De un modo muy sutil hay cierta diferencia entre las fiestas de pueblos de valle y las fiestas de pueblos de montaña. Básicamente la diferencia está en la actividad agropecuaria que generaba cada tipo de pueblo, y en los productos o actividades laborales que diferencian la montaña del valle o ribera. En el ámbito de la ganadería, por ejemplo, la aludida fiesta de san Antón, 17 de Enero, que subrayaba en algunos pueblos de montaña la protección del cerdo, frente a los pueblos de ribera o llanura, tierra de campos, donde se destacaba a la mula, como animal privilegiado en esta fiesta. En los pueblos de Sanabria se hablaba de san Antonio Gurrineiro, y en los pueblos de la Guareña se engalanaba y se llevaba a la puerta de la iglesia a las mulas. Respecto a los elementos concretos, como lo que se oferta en el ofertorio o el ramo que se lleva el domingo de ramos, variaba de la montaña, donde se ofrecía centeno, y el valle, donde se ofrecía trigo, o el ramo de tejo de la montaña, y el ramo de laurel en el valle. También, mientras que en el valle se dan lagaradas, fiestas del vino o fiestas de la uva, en la montaña no hay tales fiestas ni manifestaciones festivas, porque los productos mediterráneos no se pueden cultivar, y se hacen magostos con castañas y filandares nocturnos alrededor de la labor del lino.
- Criterio funcional-laboral: agrícola, ganadero. Criterio de intensidad laboral: tiempo de baja actividad, comienzo de las labores, recolección y cosecha: Las fiestas estaban marcadas antiguamente por los ciclos laborales del pueblo que las tenía. En primer lugar, se daban más fiestas en la época invernal que la estival, en la que, por supuesto, tampoco faltaban. Viendo los meses de diciembre, enero y febrero, el número de celebraciones (navidad, mascaradas, reyes, san Antón, quintos, san Blas, las águedas, los carnavales…) es superior a las fiestas del verano, que normalmente se hacían coincidir con momentos entre trabajos intensos. Por ejemplo, la siega de la hierba, en los pueblos de Sanabria, empezaba con las fiestas iniciales del mes de junio, Pentecostés, san Antonio, y acababan con san Juan y san Pedro. Precisamente alrededor de estas fechas por toda la provincia de Zamora se hacían los contratos de los jornaleros del verano. Luego comenzaba la siega del pan durante el mes de julio, al final de ella se hacían celebraciones familiares y alguna fiesta local, como Santiago apóstol. Seguían las labores de acarreo y de las eras, que procuraban terminarse en Sanabria entre el 5, la Virgen de las Nieves, el 10, san Lorenzo y el 15 de agosto. En esta última fecha, la Asunción, o san Roque (14), todo el mundo rural paraba y hacía fiesta. Continuaban las labores de limpia y recogida de cosecha, precisamente hasta el inicio de septiembre, por la virgen de las Victorias o la Natividad, o la virgen de septiembre, cuando se terminaba el trabajo en las eras. Luego hasta san Miguel, que era el cambio de criados o el final de los jornaleros. Así venía después el comienzo de octubre, antes de sembrar los campo, la virgen del Rosario, y para terminar por los Santos y los difuntos. En Diciembre, san Martín establecía la fecha de matanza de cerdos, y se volvía a repetir el ciclo agrícola y ganadero, siempre jalonado por fiestas que, en cierto modo, hacían de pausa en la interminable y cíclica labor agropecuaria.
LENGUAJE SOCIAL: Los signos culturales generados por este lenguaje, en concreto, las fiestas o manifestaciones festivas están determinadas por reglas de propiedad-identidad, fiestas en las que se subraya lo propio, tanto desde los ámbitos particulares o familiares como desde los ámbitos colectivos y sociales. Y, en un nivel superior, fiestas determinadas por reglas de cooperación-cohesión, en los mismos ámbitos indicados anteriormente. El individuo o grupo delimita algo como propio, y eso va a ser la base de su identidad, su diferencia respecto a los demás. A la vez, el individuo o grupo necesita paradójicamente del “otro” para reafirmarse en su identidad, la cooperación imprescindible con el otro da como resultado la cohesión del grupo social. La vida de una sociedad se desarrolla en esa dinámica interna entre propiedad-identidad-cooperación-cohesión, y las manifestaciones festivas participan también de esta dinámica, en la que en el encuentro con el “otro” se reconoce la identidad de la familia o del pueblo, a través de acciones y narraciones comunes que cohesionan al grupo. La fiesta es uno de los momentos más identitarios del grupo, de su reconocimiento como tal y de su pervivencia en el futuro. Proponemos algunos criterios de clasificación de las fiestas que recogen los signos culturales festivos producidos por las reglas del lenguaje social.
- Criterio según los agentes de la fiesta: la familia y el grupo no familiar (barrio, cofradía, gremio, pueblo….) : En este apartado se establecen las fiestas propias de la familia, ya sea las del ciclo vital , nacimiento, rito de paso de la mocedad, y boda, como las relacionadas con la vida laboral, la matanza, el alboroque, la mela, la metedura, etc. Eran fiestas familiares propias, donde lo individual (lo propio de cada familia) se enfrentaba al grupo, sin oposición dramática, sino integrada en el grupo (casi todas las fiestas familiares son abiertas, puede participar el pueblo), pero realzando la identidad individual, de la familia, frente al grupo. Pensemos, por ejemplo en el gallo, el mayo o la boda, fiestas familiares, ritos de paso de elementos familiares, pero integradas de lleno en la vida del pueblo, con la participación imprescindible del pueblo, de los que no son familia. Frente a estas fiestas que enfatizan los núcleos individuales que forman el pueblo, las familias, estaban las fiestas de los grupos no familiares que daban identidad y cohesión al pueblo. Pensemos en las que se hacían a partir de cualquier cofradía, la de san Antonio en Olmo, san Antón en Rozas, la del Cristo de la Salud en Castrillo, por ejemplo, que de algún modo englobaban a todo el pueblo y le daban identidad y cohesión. En este apartado también están las fiestas de niños y rapaces, de mozos, de mujeres y de hombres… Las fiestas de san Esteban, fiestas de mozos, las fiestas de águedas, fiestas de mujeres, o el Reinado de los mozos en los pueblos del valle sanabrés de la Tuiza, fiesta de hombres. Son fiestas generadas por la necesidad de identidad frente al otro, que no sea absorbido por el grupo. Los rapaces son algo distinto, las mujeres son algo diferente, las casadas frente a las solteras… Fiestas de grupos concretos que celebran su identidad grupal frente al grupo grande.
- Criterio geográfico administrativo: local, comarcal, provincial, nacional… : De nueva creación son las fiestas que surgen para generar desde instancias externas al propio pueblo (las administraciones comarcales, provinciales, regionales o nacionales) la identidad y la cohesión. En este apartado han surgido numerosas fiestas como la Fiesta de la provincia, las fiestas de algunas comarcas zamoranas, y las fiestas de determinadas zonas caracterizadas por algún elemento identificador: el traje, la música o la historia. Por último, cabría añadir las fiestas de barrios de los grandes núcleos de población, que en la ciudad de Zamora aparecen diferenciándose unos de otros.
- Criterio según la función social: Son las fiestas de nueva creación las llamadas fiestas de la juventud, del emigrante, del turista, del jubilado, etc… que hacen referencia a nuevos grupos sociales que tienen relevancia en el pueblo. Son nuevas formas de identidad y cohesión del grupo. El grupo social más significativo del ámbito rural es el de los labradores. Todavía existe en algunos pueblos la popular fiesta de los labradores, alrededor de san Isidro. También se aludía a cierta fiesta alrededor de san Miguel, al finalizar los trabajos del verano, en algunos pueblos, con motivo del cambio de los criados, “porque en ese día hacían algo de fiesta”. Por santa Marta, en el mes de julio, los camareros también han hecho fiesta, aunque esta última es una fiesta claramente urbana.
LENGUAJE TRADICIONAL: Por último, los signos culturales de lenguaje tradicional aparecen cuando son formados por reglas de comprensión (religiosa, moral, estética, científico-técnica, etc…) de la realidad, fidelidad y seguridad. La cultura es un precipitado final de ideas, recuerdos, sensaciones, vivencias, etc. concentradas en manifestaciones morales, religiosas, míticas, mágicas, estéticas, lúdicas, técnico-científicas, etc. que se reflejan de un modo fundamental en las fiestas, hasta tal punto que éstas se convierten en el soporte o símbolo de todas esas ideas que dan contenido a la cultura. Son el acontecimiento hermenéutico, el acontecimiento que da sentido a su forma de vida, el momento místico, el éxtasis, en el que, sin palabras, el miembro del grupo se reconoce parte de él y comprende por qué pertenece al grupo. Ser fieles a estas vivencias es la seguridad de supervivencia del grupo y su cultura. A veces el nombre de algunas fiestas como “Fiestas de la Exaltación de…”, manifiestan claramente el último nivel de análisis de las fiestas en una cultura. El resultado final del lenguaje tradicional es el encuentro de las dos partes del símbolo, en terminología de Eugenio Trías. La fiesta es lenguaje tradicional cuando el protagonista de una cultura “comprende” su realidad desde los diversos ámbitos que es comprensible esa realidad, porque el trozo o parte que posee se encuentra con el trozo o parte de “los otros” con los que comparte la vida (comprensión moral, estética, lúdica, científico-técnica), o se encuentra con el trozo o parte de “lo otro” (comprensión mágica y mítica de la realidad), un poder desconocido pero a la vez temible e influyente, o se encuentra con el trozo o parte de “el Otro” (comprensión religiosa de la realidad), el sentido último, lo que en el cristianismo llamamos Dios. Ese es el momento de aparición final del símbolo, el encuentro de las dos partes que se estaban buscando para llegar a la comprensión de la realidad, al símbolo, al signo cultural pleno.
- Criterio trascendental: El término “trascendental” se refiere a esa exaltación concreta que se hace en la fiesta. Ya sea desde el punto de vista religioso, como desde el punto de vista no religioso. Por un lado están la mayor parte de fiestas que celebran a un santo, una Virgen o un Cristo, o un acontecimiento del ciclo litúrgico cristiano (Jueves Santo, Corpus Christi, Pentecostés, Ascensión… los ejemplos de estas fiestas son la mayoría de las fiestas tradicionales zamoranas), que tienen misa, procesión, y otras manifestaciones religiosas. El santo, la virgen o el Cristo aglutinan los sentimientos últimos que unen a los participantes en la fiesta. Y por otro lado, las fiestas puramente profanas, civiles, provenientes del influjo urbano y supraprovincial (aparecidas en las últimas décadas), como son la fiesta de la provincia, las diversas fiestas comarcales, las fiestas de exaltación de algo característico del pueblo, el vino o el ajo, por ejemplo, y las fiestas del verano organizadas para diversión de los turistas, emigrantes o hijos de ellos, la fiesta de la juventud, que no tienen base religiosa, sino sólo lúdica y estética: música, baile, juegos, concursos, etc. En estas fiestas también se llega a una cierta trascendencia, a un encuentro con los “otros” más allá de lo material y lo social, al momento único, el éxtasis festivo, en que se reconocen sentimientos comunes. El signo cultural de la fiesta manifiesta la comprensión de la realidad en el encuentro con “los otros”.
- Criterio religioso cristiano: La cultura tradicional zamorana está muy marcada por la comprensión religiosa cristiana de la realidad. Como hemos hecho alusión en el anterior apartado, las fiestas religiosas, a su vez, pueden tener cuatro variantes: Los acontecimientos del año litúrgico, como la Navidad y la Semana Santa, los cristos o fiestas referidas al Hijo de Dios, con todas las advocaciones de cristos zamoranos (de la Salud, Torvero, del Campo, de la Vera Cruz, etc…), las advocaciones marianas (Victorias, Cantimbriana, de los Remedios, de la Alcubilla, de Árboles, del Castillo, de la Salud, etc…), y los santos, desde san Antón de enero a san Esteban de diciembre… En este caso el signo cultural de la fiesta manifiesta la comprensión de la realidad en el encuentro con “el Otro”, que es Dios.
- Criterio religioso pagano: La cultura tradicional zamorana tiene vestigios de anteriores formas culturales a la llegada de la cultura romana y cristiana. Fundamentadas en las creencias míticas, en la superstición y en la magia, las fiestas de mascaradas tienen su apartado propio en el lenguaje Tradicional, ya que los gestos o empeños de algunos días de devolver la luz al sol que se oculta en invierno o de disipar las tinieblas y las fuerzas del mal con birrias, zangarrones, tafarrones y demás espíritus dramáticos representados por los vecinos del pueblo, descubren en la cultura de estas gentes una fuerza mítica oculta que quiere dominar lo que la naturaleza esquiva en determinados momentos del año. El signo cultural de la fiesta manifiesta la comprensión de la realidad en el encuentro con “lo otro”, algo poderoso, influyente, determinante, que se pretende cambiar a favor del protagonista de la fiesta.
- Criterio estético-lúdico: La comprensión de la realidad queda también plasmada en las manifestaciones festivas donde lo estético, artístico y lúdico es protagonista. Se supera el lenguaje social (el vestido, la máscara, etc. como definitorio de un rol social) y se asciende a un nivel superior de comprensión en el que esas manifestaciones festivas transmiten valores e ideas que definen no sólo al individuo que las lleva, sino al grupo y a la cultura del mismo. Las fiestas donde la indumentaria es elemento definitorio (las mascaradas), o donde el vestido es valorado (las águedas) o donde la música y el baile, las letrillas, las loas, las coplas y las canciones representan uno de los momentos cumbre de la fiesta, todas estas manifestaciones o signos culturales son generados por la comprensión estética de cada uno de los pueblos. En este caso, el signo cultural de la fiesta manifiesta la comprensión de la realidad en el encuentro con “los otros”.
- Criterio científico-técnico: A este apartado pertenecen las Fiestas donde de transmiten, y sobre todo se exaltan, conocimientos necesarios para mantener la tradición agrícola, ganadera, u otra labor importante de esta cultura. Ferias de ganado o ferias agrícolas donde se premia el mejor “botijo”, a la mejor pieza de cerámica, etc. Las fiestas del queso, el ajo, el pan, la cerámica, el vino, la fiesta de la maja, o la fiesta de la trilla, etc. aunque aparentemente son de lenguaje ecológico, también se entienden desde el lenguaje tradicional como la exaltación del conocimiento y la técnica, la comprensión de la realidad a través de contenidos científico-técnicos transmitidos de generación en generación que definen un cultura, la cultura zamorana, por ejemplo. El signo cultural de la fiesta manifiesta la comprensión de la realidad en el encuentro con “los otros”.
Los pueblos dan muestra de proceso de desaparición cuando no tienen fiestas o les cuesta anualmente retomar sus fiestas. Los pueblos quieren ser fieles a sus fiestas, les da seguridad de seguir siendo pueblo, de existir, de ser ellos mismos. La despoblación, la ausencia de mozos y de agentes de la fiesta (sin cura, sin alcalde por estar integrado en un ayuntamiento de otro pueblo…) hacen que el lenguaje tradicional de muchos pueblos actuales zamoranos, pensemos en las numerosas aldeas de Sanabria, Aliste o Sayago donde les cuesta hacer su fiesta tradicional, pierdan identidad, cohesión, pierdan su propio ser pueblo. Por eso el estudio de la fiesta tradicional es de algún modo el estudio de la cultura total, porque como se ha visto, la fiesta, el complejo festivo, es un espejo que refleja todas las facetas culturales.
En este artículo han quedado iniciadas algunas ideas y líneas de investigación que deben ser desarrolladas en otra ocasión. Queda pendiente el compromiso de avanzar en tales líneas e ideas para una posterior exposición.
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y al tema general de la FIESTA
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En esta dirección de internet se pueden consultar un gran número de artículos y reseñas de los libros de la Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana sobre el tema de la fiesta y las fiestas en Zamora de Francisco Rodríguez Pascual:
rodriguezpascual.wordpress.com