Posteado por: lenguajesculturales | enero 9, 2011

Ser mozo, ser moza. EL CICLO VITAL. Mitad del siglo XX. La Guareña zamorana. Guía cultural


Ser mozo, ser moza.

El sustantivo “mozo” se utilizaba para referirse al criado de una casa encargado de las mulas o responsable de la pareja de arar. El significado del término se ampliaba, y también su morfología, convirtiéndose en el adjetivo “mozo-moza”, cuando se refería al joven o a la joven de m s de 16 años que se encontraba en la etapa previa al casamiento e integración en la vecindad del pueblo.

Ante la pregunta ¿cuándo se empezaba a ser mozo o moza?, no hay una respuesta definitiva y concreta, porque, como ya dijimos, tampoco había un rito de paso que marcase específicamente el tránsito a la mocedad. Estos testimonios así lo manifiestan:

«Empezar a “pollear” es que empiezan con las chicas… pero no con una concreta… Bueno, bueno, ese ya está “polleando”… Que bailaba, que iba con ellas, que ya era mozo.»

«Yo empecé a ser mozo muy joven. Pero es porque precisamente tenía unos primos carnales, con cuatro años más que yo, y me iba con ellos, iba a las meriendas  con esa gente, me llevaban con ellos.»

«Es que unos mozos destacaban m s que otros, es que a los 16-17 años era un gran mozo, y los había con 16-17 años que no podían echar el arao, ¿no entiendes? Eso ha pasao en todas las cosas de la años, pues cuando llegaba a casao, pues era de esos grandes criaos, arando bien y siendo el que mejor vivía en casa el amo…»

Una cierta edad y la participación en determinadas manifestaciones sociales como el baile o la ronda eran signos de pertenencia al grupo de los mozos. Pero también, desde el  ámbito económico-laboral, se definía el paisano como mozo o moza si trabajaba con la misma responsabilidad que el adulto. El simple pero trascendente hecho de ir por primera vez a arar podía marcar la transición de rapaz-pigorro-revecero a mozo (19).

«Ser moza era trabajar como una mujer a partir de los 14 o 15 años, y un mozo trabajando en el campo como su padre.»

«Llegando a los catorce años ya todos se empleaban en algo. La vida de mozo era trabajar en casa, y si era en casa del amo, desde los catorce años, que salían  de la escuela, ya empezaban a preparar el arao. No es que te empezaban (te iniciaran), es que tu lo pedías como si fuera un don privilegiao. Yo, el día que tenía preparao el arao, que tenía el amo tres parejas de mulas, que iban con tres mulas cada criao… solo tenía dos criaos. Y ya dijo el amo: Que vaya éste a aricar. Entonces yo ya preparé mi arao, mi yugo, la parejita mulas que me iban a dar… Pero por circunstancias, pues no fui. ¡Querrás creer que hasta lloré de rabia, llegué a llorar de rabia porque no me dejaban ir a aricar!, ¡Lloré de rabia!»

Integración del mozo y la moza en la vida laboral del pueblo.

El mozo y la moza realizaban las mismas labores que los adultos de su sexo. Algunos padres esperaban que sus hijos llegaran a esta edad para cederles a ellos los trabajos fuertes de la agricultura. Era un orgullo, por otra parte, en el mayor de los casos, llegar a ser labrador, o realizar las tareas del labrador.

«Ya el mozo era como el padre, le sustituía. Yo recuerdo que en casa ya delegó en todo mi padre. El era el de las órdenes, sí, pero como yo era el mayor… (se hacía lo que yo quería).»

«Mozo ya te he dicho que es de los 15 años en adelante. Luego ese mozo… no todos iban a arar… o le enseñaba su padre con la pareja… el otro (hijo) a podar, el otro a alumbrar el majuelo, el otro a las buertas (huertas), el otro de pastor, el otro de marranero… según el trabajo que tuvieran sus padres.»

Otros padres colocaban a sus hijos mozos en casas fuertes donde trabajaban como adultos, ayudando con su jornal a la economía de la casa.

«El chico a los 14, 15 años ya casi se desprendía de los padres y estaba en casas ajenas. Dormían hasta en las cuadras, cuidando las mulas y los bueyes, y algunos hasta en el campo. Y el dinero que sacaban pues iba a parar al padre. El amo le compraba un pantalón o algo as¡… pero el dinero iba a parar al padre, porque el padre tenía necesidad pa comprar comida. El chico comía en casa de los amos, aunque fuera mal, pero de algún modo ya le mantenían…»

Las mozas tenían, como su madre, una labor más callada y casera, aunque también estaban presentes en las labores del campo si la casa era de medio labradores o “pegueros”.

«Aquí nos juntábamos todos en casa a segar. Mi abuelo vivía con nosotras, mi tío vivía con nosotras… Íbamos a segar: Ay, tío, que calienta mucho, decíamos. Ay, que nos vamos a la sombra… No, no, hijas, nos decía. Tirar, tirar, que os voy a contar una cosa que pasó en la Argentina… Y así iba tirando de nosotras y del cerro, porque nos cansábamos. Empezábamos en el campo en el escardo en Mayo y terminábamos en la vendimia sin dejarlo todo el verano. Ir a darle a la máquina en la limpia, nos tocaba lavar los costales, ir a barrer los hornos… Había una labor bastante buena. Es que cuando eras así chiquitita ya ibas a coger matas de lentejas…»

«La moza trabajaba igual. La que estaba en casa, que había muchas que no salían a servir, pues el padre era un sacrificao. Si era un obrero, pues andaba mal el hombre. Fuera del pueblo no se iba a servir y dentro del pueblo pues haba cuatro o diez casas. Y el que tenía una labor pequeña, pues la hacía con ellas. El año que murió mi padre estaban mis dos hermanas ayudando a un segador contratado y yo iba de rapaz. Todo pa que luego mis hermanas en invierno no fueran a servir…»

Si la familia lo necesitaba y alguna casa cercana lo requería, se colocaba a la hija moza como criada.

«La niña empezaba a servir con 13 y 14 años. Hacía de todo: fregar, lavar, y entonces a mano… y al mojor la metían en una casa que había tres o cuatro criaos, que solo pa fregar cacharros… Y bajaban al río ese, o al otro que venía de la ermita… y a romper el hielo en el invierno pa lavar. La gente que estaba sirviendo le tocaba ir… ponían el burro con las aguaderas y se iban a lavar a los ríos y se tiraban tol día. Y a mí me ha tocado ir a buscar el agua y con un cántaro en la cabeza y en la cadera otro. Un cántaro en la cabeza con un rodete, y un botijo en la mano… y venía tan tieso el cántaro.»

Del mismo modo que los padres no dejaban acabar los años posibles de escolarización, sacando a sus hijos/as de la escuela en cuanto cumplían los 9 o 10 años, también procuraban librar a los varones del servicio militar, no solo para no participar en alguna de las guerras coloniales de final del siglo XIX y principios del XX, sino también, y sobre todo, para no perder su indispensable colaboración económica en la marcha de la casa. Era frecuente el caso de mozos declarados prófugos, y el caso de mozos que se aprovechaban de las redenciones del servicio militar (20).

«Había prófugos, que se habían ido a Buenos Aires. Un tío mío se marchó, y luego venían y pagaban. Y a otros los mandaban al servicio militar, y otros cubrían a otros… había de todo… había mucha trampa en esto del servicio militar.»

«Los padres iban a redimir del servicio militar a su hijo para que no fuera a la mili. Se pagaba X, se llamaba la cota… Yo soy soldado de cota, porque mi padre me pagaba la cota. Tenía que pagar 3000 o 2000 reales, y aquel hijo no iba…»

«Los padres no querían que los hijos fueran al servicio militar, y no había guerra. Querían que quedaran en casa, y trabajaran en casa, lo que fuera. También cobraban a gente que fuera al servicio. ¡Coño! Que daban dinero para que fuera otro por él: Oye, te doy 1000 pesetas o 500 y vas tú por mi… o se redimía el servicio militar por un dinero. Eso era el soldado de cota. El que pagaba iba, hacía la instrucción y se volvía pa casa. Tenía que ir por lo menos tres meses. Y luego estaban los que iban por otros. Hubo uno aquí que fue tres veces… que fue a la guerra de Cuba… el tío Pododo, que lo conocimos nosotros… ese dicen que fue dos o tres veces a la guerra de Cuba. Venía aquí, le tocaba a otro, le daban lo que fuera, y se iba otra vez.»

Llegado el caso, incluso el mismo Ayuntamiento del pueblo falseaba los informes de los mozos para que no fueran a «filas».

«Aquí yo oí un detalle… no sé si fue del señor Fulano o de su hermano, que era alcalde y mandaba la lista pallá ( a Zamora), y siempre corto de talla… Y al mandar ya tres o cuatro años corto de talla (que no iba ningún mozo al servicio militar por corto de talla), pues vino el Gobernador y mandó a un señor a ver el pueblo de Castrillo por qué tantos daba cortos de talla.»

Si algo bueno tenía el servicio militar para los mozos que vivían en estos pueblos era el privilegio de salir del  ámbito geográfico de su municipio o comarca. Algunas mozas llegaban a ancianas sin haber salido de los límites de su pueblo.

«Más que nada era el viaje, el salir de aquí, el ver. Había señores que no salían hasta la mili y señoras que no conocieron el tren. Cuando se iban a la mili es como si fueran a morirse, con aquel cacho ropina, y con aquellas carinas… iban vendidos, porque no sabían nada. Antes para ir a Zamora se iba en carro, y yo fui a la mili de aquí a Castronuño en carro, y allí se cogía el tren…»

Los mozos y mozas se integraban totalmente en la actividad de los vecinos adultos del pueblo. El trabajo formaba parte de su rol y, por tanto, de la consideración que se tenía de cada uno. Ser buen mozo/a y trabajador/a daba prestigio. Por ello, el trabajo diario bien hecho por los mozos con ganas de destacar provocaba la competencia, que de algún modo estaba canalizada en rituales sociales, signos de lenguaje social: la “bandera”, el buen acabado del montón en la era, etc. (21)

«Cuando venías con el último carro (en el acarreo de la mies después de la siega) traías la bandera. En el último carro ponías en la cima de los haces un cacharro, un palo atravesao o una calabaza y una hoz, una cosa que demostrara que era la bandera, que era el último carro. Y según entras en las eras, pues se puede luchar la bandera. Si yo tengo 20 años y tú tienes 17… Yo venía con mi carro… Se solía decir: Trae un carro de bandera. Porque solíamos traer en el último carro lo mejor. Cuando andábamos acarreando era un orgullo traer un carro bien cargao… y traíamos ese carro con la bandera. Y podía salir a lucharla el que quisiera de todas las eras. Esto fue en tiempos de mi padre. La lucha era: ¡Eh! Yo te lucho la bandera. Te enganchabas brazo a brazo, y el que cayera debajo perdía. Si tú me caías a mí y yo llevaba el carro de bandera, tú te montabas en las mulas y metías el carro en la era. Era engancharse… y había tíos pequeños que tiraban a tíos grandes, estaban enseñaos y caían a tíos grandes.»

«Cuando terminas de limpiar el grano haces el montón. Un montón es en redondo, que termina con cucurucha arriba, en punta. Hubo líos aquí entre mozos por esa competencia de dejar el montón en punta. Fíjate hasta donde llegó aquí el aso… es que era un orgullo eso, que por el año 20 andaban mal dos mozos por algo de una novia. Uno tenía el montón levantao en punta y el otro le tiró el montón adrede, y de un tiro le mató por eso, el día de Nuestra Señora de Setiembre, y fue a la cárcel…»

Todo esto estaba en relación directa con las perspectivas de futuro de cada mozo. La edad de mozo y moza era el momento para crear las parejas encaminadas a casarse y formar nuevas familias en el pueblo. Como es natural, demostrar ser un buen labrador no solo era un orgullo personal, sino un escaparate para mozas y padres de mozas casaderas, de ahí que más de un conflicto surgía de la fogosidad de la edad y la necesidad de demostrar la valía personal.

El mozo y la moza en el ambiente de fiesta y diversión

Bailes, enramadas, fiestas de quintos, rondas nocturnas, meriendas en las bodegas, etc. eran momentos de diversión en la vida de estos pueblos, donde los mozos, y en cierto sentido las mozas, disfrutaban y manifestaban su juventud. Los mozos eran protagonistas, participantes indispensables de casi todas las fiestas de la comunidad: sin ellos, situación que ocurre en los últimos años, éstas perdían vida y alegría. Las manifestaciones festivas rompían la monotonía de la actividad diaria y establecían momentos irrepetibles en la vida de cada uno de los paisanos (22).

La primera dificultad con la que se encontraban los mozos era la falta de dinero. Si pocos labradores y obreros disponían normalmente de él, los mozos carecían de este indispensable instrumento. De todos modos se las ingeniaban para divertirse con o sin dinero, por ejemplo, para merendar en una bodega.

«Es que todos los mozos tenían sus pandas. Y todas las pandas iban a merendar a las bodegas… eso eran corroblas. Antes no había bares. Nosotros ya lo sabíamos: un día en casa de Fulano y al otro en otra. Y había que cumplir, como tú cuando ibas a casa de otro. Los sábados o los domingos los veías andar con el pan bajo el brazo y la longaniza…»

«Yo me fui de esa casa, porque basta que mi madre fuese criada, pues no veía dinero apenas. Te daban la comida, y si tenías que comprarte algo pues el amo te lo compraba. Quise comprarme una bicicleta de segunda o tercera mano en Medina del Campo, y me fui con el Fulano que le había quitao a su padre un costal de garbanzos pa venderlos. Y vamos a media noche por la trasera y se le caen la mitá en la calle… Tuvimos que ir a media noche a que nos dejaran un cribo… y con ese dinero compramos las bicicletas…»

No parece que la mujer protagonizara los momentos de diversión de la vida del pueblo. Esperaba la iniciativa del hombre.

Lo contrario estaría mal visto (excepto en Las Águedas y pocas ocasiones más). Por esto mismo, las mozas seguían las mismas pautas de comportamiento. En esta cultura la moza tenía un rol de espectadora en lo referente a cualquier tipo de relación con un mozo. Era el mozo el que tenía que moverse, dar el primer paso. Es simpático el modo de expresar la relación mozo-moza en el baile: el mozo (sujeto) baila a la moza (objeto directo).

«Na más que llegaba del baile me decía: ¿A quién has bailao?…¿Y por qué no me has bailao a mi?…»

Los mozos debían llamar la atención de las mozas, o de una moza concreta, en el baile, en la enramada, en la ronda, en las fiestas de quintos… (23)

La ronda se iniciaba después de charlar un poco con los amigos en el “mentirote”.

«La mayoría de la gente nos reuníamos allí, en el mentirote, y luego ya partía de allí la ronda del pueblo. Se daba la vuelta pal pueblo pues pa tirarle unos cantos a un gato, atarle una lata al rabo un perro… era salir un rato. Y los amigos de unos iban por un lao y los amigos de otros por otro… a veces por pasar por donde algunos les interesaba, por una chica y eso…»

La enramada tenía lugar la noche de la “plantá” del “mayo”, con las ramas que se podaban de la gran “viga”, en el mes de Mayo o el día de San Juan. El mozo colocaba la enramada en la ventana de la moza por la que estaba interesado. Había un refrán que anulaba el valor de este signo: «El que la enrama, no la encama». Era un mal presagio para esa futura relación que el mozo tuviera que hacer tanto esfuerzo para llamar la atención de la moza.

Las mozas eran el objeto de todas estas acciones de los mozos. Su rol se limitaba, en muchas ocasiones, a esperar que algún mozo se fijara en ellas. Estas solían hacerse presentes y protagonistas en las manifestaciones religiosas: novenas y procesiones.

«Yo no sé si es que había devoción o es que las mozas tendrían ganas de salir. Iban a la novena, de noche, era una escusa pa salir de noche. Porque encima, muchas de las citas entre un chico y una chica eran a la salida de la novena…»

Aparentaban salir de casa por motivos de trabajo (ir por agua, comprar cualquier cosa…) o por motivos religiosos (ir a misa, a la novena, al rosario…), sin embargo, como es lógico, lo que pretendían también era el encuentro casual o la palabra atrevida de los mozos.

«Iban al mentirote, y eran muy malos… como una moza pasara por allí y tuvieran ganas de dar guerra… Cuando ya habías pasao de ellos, dábamos la vuelta y decíamos: ¡Burros!… y corríamos. Es que decían tonterías que nos parecían burradas.»

En esta sociedad tradicional los roles del hombre y la mujer tenían diferencias sociales marcadas. El hombre mozo era el que podía actuar, debía llamar la atención. La mujer moza no debía llamar la atención abiertamente, debía dejarse cortejar, dejarse bailar, aunque no siempre lo permitiera. Hoy, ciertas tradiciones exclusivamente masculinas han sido invadidas por las mujeres, ya sea por falta de mozos o por cierto sentido de igualdad social.

«Antes la mujer, la novia, no participaban en nada (en la fiesta del gallo de los quintos). Hoy participa como quinta, que nació en el mismo año que los quintos, participa en gastos, va a misa con mantón… Y ahí en otro pueblo es la chica la que corre el gallo.»

El tema de la mocedad en La Guareña no se agota en estas líneas. Ya hemos aludido al “baile”, a la “enramada”, a la “quintada”, al “mayo”, a los “gallos”… todos ellos signos culturales que definían la plenitud de la mocedad, asunto que abordaremos en el próximo apartado.


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