Posteado por: lenguajesculturales | septiembre 19, 2010

CUADRO DE ÁNIMAS. Parroquia de Manganeses de Lampreana.


CUADRO DE ÁNIMAS. (Relieve)

Parroquia de Manganeses de Lampreana.

El Cuadro de Ánimas de la Parroquia de Manganeses de la Lampreana es una catequesis visual que transmite una sencilla y tradicional idea teológica: Los fieles cristianos, después de morir, deben purificarse para llegar a Dios. Sus brazos acogen a todas las almas que los ángeles guían desde el fuego purificador. Los cristianos no son perfectos y antes de llegar a la presencia de Dios deben pasar por la penitencia del Purgatorio. Los brazos de Dios, prolongados en los ángeles samaritanos aseguran la futura salvación a los fieles que esperan entre llamas.

El cuadro se cuelga en la parte final de la iglesia, enfrente de la puerta de entrada. Todo el que accede al recinto recuerda de inmediato su futuro. Es un estímulo permanente para esforzarse por encauzar la vida según la voluntad de Dios.

Este tipo de cuadros solía ser posesión de la Cofradía de Ánimas, junto con la cera o velas de los cofrades para los entierros y celebraciones propias de la cofradía, y las andas de llevar al difunto. Las cofradías del Santo Entierro y de la Vera Cruz, junto con la de Ánimas, eran también las tradicionales asociaciones religiosas dedicadas a enterrar a los muertos.

En Manganeses el cuadro presidía el Novenario de Ánimas, colocado delante del altar mayor. El Novenario se celebra todas las tardes nueve días antes del Domingo de Ánimas, el primer domingo de noviembre después de la fiesta de Todos los Santos. Cada día las devotas rezan esta oración:

Almas muy queridas del Señor,

que encerradas en la cárcel del Purgatorio

sufrís indecibles penas

viéndoos privadas de la presencia de Dios,

hasta que os purifiquéis como el oro en el crisol

de las reliquias que os dejaron

las culpas de haber ofendido a Dios…

También aquí hubo Cofradía de Ánimas, como en tantos otros pueblos ibéricos: mayordomos, hermanos cofrades, cera, etc. Tuvo su origen tal vez antes del siglo XVII, fue reorganizada en 1884… En otro lugar ya hemos escrito sobre la Cofradía de Ánimas de otros pueblos zamoranos, ahora subrayaremos algunos aspectos sobre la Devoción a las Ánimas, a los antepasados difuntos.

En la iglesia había diversos elementos que recordaban y reforzaban esta ancestral y tradicional devoción.

  • El Cepillo de Ánimas, la caja ( en algunas iglesias decorada con fuego y penitentes) donde todos los domingos (hoy día en Manganeses sólo dos domingos al mes) se echaba una limosna para sufragio de difuntos.

  • Cuando no había bancos en las iglesias, la Sepultura era el lugar de cada familia donde por tradición (cuando los difuntos eran sepultados en el interior de la iglesia hasta antes de mediados del siglo XIX) habían sido enterrados los familiares antepasados. En él estaba el hachero con las hachas y las velas encendidas, y allí llevaba la abuela el reclinatorio, velando durante la misa a sus difuntos.
  • La familia que tenía un difunto reciente llevaba la Ofrenda de Ánimas, un pan especial, torta o rosca, que el cura recogía al final de la Misa, y luego se repartía entre los pobres. Parece que en Manganeses, en los últimos años de la costumbre, los niños acudían al final de la eucaristía a recibir un trozo de pan, «que les debía de saber a gloria«.
  • Los Responsos dominicales, las Misas de  “cabo de año”, el Novenario anual de la cofradía…
  • Y, por último, el Cuadro de Ánimas, que en algunos pueblos era una pintura, la única de la iglesia, cargada de humo de muchos años, o, algo poco habitual, era un relieve como el de Manganeses que recordaba a todos la suerte de sus antepasados.

Todos estos símbolos, acciones, ritos y oraciones reflejaban una creencia profunda: El ciclo vital de los paisanos se alargaba eternamente, en comparación con el ciclo vital de los ilustrados racionales que no creían en el más allá. “ Dios nos creó. Nacemos, vivimos, morimos, pasamos por el purgatorio y subimos al cielo a gozar eternamente de la felicidad divina”.

El paisano asumía la realidad de la presencia de los familiares que habían muerto como parte del desarrollo vital de todo ser humano. Las ánimas, entre la vida terrenal y la vida eterna junto a Dios, todavía no se habían ido del todo del lugar al que pertenecían. Vivían en la parroquia y en sus límites geográficos, sin salirse de ellos. Triste era el caso del que moría fuera de su parroquia:  Si una persona de un municipio moría en la parroquia vecina, era enterrado en esa parroquia, porque pertenecía al lugar donde había muerto, no al lugar donde había vivido.

No sólo la iglesia estaba llena de símbolos y ritos que recordaban la presencia de las ánimas. También en el ámbito no religioso, en la geografía profana del trabajo diario y de la relación social se daban símbolos y acciones rituales que recordaban su presencia.

  • En pueblos del noroeste zamorano todavía hay hornacinas, pequeños altares con un cuadro o una talla de las ánimas en su interior, y un cepillo  para las limosnas, en el cruce o al pie de algún camino (Santa Colomba, Ungilde…).
  • La creencia en su presencia permanente en el territorio de la parroquia se aprovechaba con picardía para ahuyentar  a los que querían utilizar una pradera o un regato de agua para regar, argumentando que allí se aparecía determinado difunto conocido por todos. De ese modo nadie se acercaba  a la pradera o al regato, y así quedaba protegido con la interesada creencia.
  • Algunos difuntos olvidadizos, despistados o poco responsables de sus deberes se aparecían a los vivos para que les resolvieran sus olvidos, despistes o promesas: una Misa sin pagar, una peregrinación prometida… El difunto dejaba de aparecerse cuando se cumplía su promesa.
  • Algunas personas se encomendaban al “ánima veladora” para que les despertara a una hora determinada.
  • Cuando el viento entraba por la chimenea de las casas y levantaba algunas pavesas del fuego, se atribuía el hecho a la presencia de algunas ánimas que habían entrado en casa.
  • En fin, la presencia de los antepasados se sentía cercana y familiar. Si el niño ponía la hogaza de pan al revés, si se caía de la mesa un pedazo de pan al suelo y no lo besaba, si clavaba el cuchillo en la hogaza… la abuela le recriminaba seriamente, porque las ánimas del purgatorio sufrían si se maltrataba el pan, el alimento más importante de la sociedad rural tradicional. Un buen refuerzo para destacar la importancia y el cuidado que se debía tener con lo que costaba tanto trabajo.

Todas estas tradiciones, sobre todo las que tenían relación con historias pasadas o anécdotas cotidianas tenían un contexto propio: Las últimas horas de la noche, sentados en el escaño o la escañeta al pie del hogar, el fuego bajo de la cocina, cuando sólo la luz de las llamas iluminaba la estancia y reflejaba en las paredes las inquietantes sombras de los cuerpos medio dormidos.

También los mozos de Manganeses, quintos del año, tenían tiempo para recordar la presencia de los antepasados. Se pasaban la noche víspera del Domingo de Ánimas tocando, incordiando, las campanas de la iglesia ( en los últimos tiempos de la costumbre sólo se hacía hasta las doce de la noche). El mayordomo les invitaba a limonada, vino, aguardiente, bacalao… para realizar tan importante misión.

Había pueblos donde los mozos pasaban la noche del día de Todos los Santos al día de Difuntos tocando las campanas. Días antes cortaban una “viga”, un buen árbol, y después de venderlo ( tal vez al mismo dueño de la finca donde habían cortado el árbol)  preparaban una buena merienda (un magosto) con el dinero obtenido, y se calentaban con parte de los ramajos.

La entrada del campanario de la iglesia de Manganeses está en el interior, y los mozos tenían que pasar cerca del catafalco que presidía el Día de Difuntos, cubierto de una tela negra, con un esqueleto completo de difunto y una guadaña para recordar la muerte (en otros pueblos sólo ponían un cráneo y algunos huesos del osario). La necesidad de pasar por el interior de la iglesia, iluminada tétricamente por los hachones que rodeaban el catafalco, resultaba un verdadero acto de valentía para la mayoría de los noveles mozos.

La tradición de la devoción por las ánimas, los fieles que se están purificando en el Purgatorio para llegar a Dios, es un rasgo cultural acorde con el carácter castellano: austero, trabajador, sufrido, luchador incansable contra la caprichosa naturaleza que le rodea, siempre con la mirada puesta en el paisaje infinito, ¿ansia de eternidad?.

Juan Manuel Rodríguez Iglesias.


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