Posteado por: lenguajesculturales | septiembre 8, 2010

EL CICLO VITAL. El nacimiento y el bautizo. De neno a rapaz. Sanabria. Guía Cultural.


El ciclo vital de un paisano sanabrés en la primera mitad del siglo XX.

(Este texto ya ha sido publicado en Edades del hombre. El ciclo vital en Zamora y Trás-os-Montes. Juan Manuel Rodríguez Iglesias (coord.) Editorial Semuret. Zamora 2004. Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana nº 7)

El desarrollo vital del sanabrés lo componían una serie de signos de lenguaje social y de lenguaje tradicional que enfatizaban las etapas y los momentos de transición de la vida de cada uno de nuestros vecinos. En este apartado el lenguaje ecológico queda como fondo de la sucesión de signos que a continuación vamos a describir; al fin y al cabo, la misma vida era para estos paisanos adaptarse y aprovechar el medio en el que vivían.

Situaciones previas al nacimiento.

Conviene que primero nos refiramos a la mujer y al hombre como potenciales progenitores de una nueva vida. No hace falta subrayar el hecho de que los hijos, por convicción moral y religiosa, había que tenerlos en el matrimonio. Pero parece que no era rara la situación de embarazos fuera del matrimonio. Los vecinos de cada municipio tenían la impresión de que en los pueblos colindantes había muchas mujeres que iban siempre con un niño al matrimonio, sin atreverse a manifestar la misma impresión del propio municipio. Cuando se preguntaba por las razones de esta situación, la respuesta era idéntica: «La falta de cultura de antes…»

El conocimiento de todo lo relacionado con el sexo, lo daba la experiencia de la vida; es de suponer que no era un tema de conversación seria, ni los jóvenes tenían ocasión de preguntar a los padres sobre él. La conversación pícara, el cotilleo y  otras situaciones de la vida diaria eran las principales fuentes de información sobre el tema.

«Es que de estos temas no se hablaba con los padres… ni hablar. Ni las madres nos dijeron a las rapazas jamás nada de nada. Nos venían las cosas del aire. Los problemas de las mujeres (el periodo) no nos lo decían hasta que no lo pasábamos. Contaba una vecina que cuando era chavala, el padre que era hombre instruido le decía lo que le había de pasar. Lo oyó la madre y le dijo:  Cállate, cállate, esqueroso, sinverguenza…  -Cállate tú rocín, le dijo el marido, no querrás que tu hija sea como aquella que también se vio en estos apuros (los de la primera menstruación) y que al verse así le decía a su madre… ­ Madre que estoy reventada!, ­ que teño sangre! Es que ese señor quería abrirle los ojos a la niña»

(Terroso. Santiago)

Baste este testimonio para corroborar el tema antes introducido. Pero entremos en lo que nos interesa, los problemas relativos a la fertilidad o infertilidad de una mujer.

Cuando una mujer casada empezaba a preocuparse por su falta de fertilidad, buscaba los medios para lograr el embarazo. Un matrimonio sin hijos no era un futuro halagüeño para una pareja de sanabreses.

«La que no tenía hijos ofrecía al santo de su devoción una o dos libras de cera para alcanzar el embarazo. A mí me dijeron que a una señora esto le dio resultado. A otra que no tenía hijos por su obesidad le dijeron que tomara durante nueve mañanas seguidas janzana (genciana) para adelgazar y así poder tener hijos.»

(Terroso. Santiago)

«Decían que para esto de no tener hijos, quien los  quería tener, que tenía que tomar una gota de yodo. Primero una, luego dos, luego tres… y as¡ hasta siete, y se dejaba siete días sin tomar, y luego empezar otra vez. Había mujeres que pedían a otras que ya habían tenido hijos, pues les pedían por una noche los pantalones del marido. Se ponían durante toda esa noche los pan talones…durante la noche para que no las viera nadie.  Las había también que se lo pedían a los santos y a la Virgen, y hubo una que durante  la procesión se tumbaba delante de ella, sobre un pardo, enrebujada en él, para que al pasar las andas de la Virgen por encima de ella le concediera la gracia de ser fecunda. A  la segunda vez que se puso, el cura le dio una patada porque las mozas que llevaban las andas tropezaban y estaban a punto de tirar a la Virgen.»

(Terroso. Ti Encarnación)

No sabemos si daban o no resultado estas acciones para conseguir la fecundidad, pero si la mujer era fecunda y quedaba embarazada, su nuevo estado requería unos cuidados determinados, o mejor dicho, unas prevenciones para que lo que se estaba gestando en su vientre no sufriera alteración alguna.

«Las embarazadas no podían pasar debajo de la cuerda de una caballería porque el niño dentro de ella daba  las mismas vueltas que ella alrededor de la cuerda, y luego podía costarle salir del vientre.»

(Terroso. Ti Encarnación)

Otro cuidado especial que debía tener una embarazada era vigilar sus ANTOJOS. Cuando una mujer en estado sentía necesidad de algo de comer, y no podía satisfacer esa necesidad, debía echarse mano a un lugar escondido de su cuerpo, porque si la mano tocaba su cara, por ejemplo, aquello por lo que tenía capricho quedaría marcado en la cara del hijo.

«Te podían salir ciruelas o moras, depende de lo que se le antojara a la mujer embarazada. Si se daba cuenta tenía que echarse la mano al muslo, para que al            niño no le saliera el antojo en un lugar visible.»

(Terroso. Laura)

Hay que advertir que los verdaderos cuidados que debía tener una embarazada no eran considerados por estas gentes: el reposo, el paulatino abandono del trabajo en el campo, la buena alimentación, etc. Por el contrario, la embarazada seguía trabajando igual hasta poco antes de dar a luz la criatura.

La llegada de un nuevo miembro a la familia fomentaba también preguntas sobre lo que iba a ser el futuro sanabrés. Había algunas prácticas que pretendían responderlas.

«Para saber si era niño o niña decían que si la embarazada tenía el vientre alto o inclinado a la derecha sería niño, si bajo y hacia la izquierda sería niña.»

(Terroso. Santiago)

«Decían antiguamente que el cura de Pedralba ya hablaba cuando estaba dentro de la madre,  y que eso era  signo de que iba a ser inteligente. También decían que si era chico la barriga era redonda, si chica, pues la barriga era picuda.»

(Terroso. Laura)

«Cuando la preñada llevaba ya tres meses se metía una perra gorda por el escote hacia abajo, hasta caer por dentro de la ropa al suelo. Si la moneda caía de cara era niño, si caía de cruz era niña. También se comía una sardina, y sin estropear la cola se tiraba al fuego, si se encogía era niña, si se estiraba era niño. Cuando el hombre y la mujer tenían relaciones en luna nueva era niño, pero si las tenía en luna vieja era  niña.»

(Terroso. Encarnación)

El nacimiento.

El hecho del parto era un asunto de mujeres, en él los hombres sólo esperaban el desenlace de la situación, un momento difícil y peligroso para la mujer y para el que tenía que nacer.

No disponemos de datos precisos sobre la mortalidad de  los neonatos, pero la suponemos elevada por el comentario de nuestros informantes respecto a las condiciones higiénicas en las que se realizaba el embarazo y el alumbramiento.

Cuando llegaba el momento del parto, algunas de las vecinas ayudaban a que naciese el niño. No había parteras, sino vecinas con experiencia. La mujer lo hacía en la cama, en la TARIMA donde dormía, o la hacían sentarse en el ESCAÑO para que el niño/a saliese mejor (43).

«Las que atendían a los partos eran las mujeres todas en general, la tí Prudencia, la tí Isidora, la Tí Encarnación, por ejemplo, de las conocidas. Se le ponía un escapulario de la Virgen en el momento del parto… ponían también una vela, también colgaban unas reliquias del cuello, si es que venía un mal parto… Se colocaba la cruz de Caravaca…»

(Terroso. Santiago)

«En el momento del parto se ponían reliquias en el cuello, también pedían el cordón del alba del cura para ponérselo en la cintura, se colgaba la bolsa de los evangelios, se ponía la cruz de Caravaca de cobre. Se ofrecían velas a la Virgen para tener el niño, para que saliese bien o para dar gracias…antes se gastaban muchos cirios.»

(Terroso. Ti Encarnación)

Si nacía felizmente, las parteras limpiaban al recién nacido.

«El cordón umbilical se cortaba a dos dedos del cuerpo y se ataba con un trozo de lino blanco, fino y limpio. No se lavaba al crío, sino que sólo se le limpiaba bien con trapos hasta que era bautizado. No se le lavaba con agua antes del bautismo porque el cura  decía que se le quitaban los rezos al niño. A los tres días de nacer se bautizaba. También se preparaba el agua de socorro por si moría el niño.»

(Terroso. Ti Encarnación)

La costumbre de no lavar al recién nacido antes del bautismo parecía responder a una prevención contra otros ritos que pudieran hacerle antes de bautizarlo, «no fuera que se le quitaran los rezos al niño».

Una vez limpio, rodeaban al niño con unas telas de lino; si hacía falta, se le ataba un pañuelo en la cabeza desde la barbilla a la parte alta de la frente para disminuir el posible apepinamiento producido en el parto. En general, procuraban proteger al niño para que al rodearlo con telas, a modo de momia, su cuerpo se fuera haciendo fuerte poco a poco.

«Antes, siendo yo niña, se le ponía una faja al niño desde el pecho hasta los pies, bien enrollada, que rodeaba todo el cuerpo del niño, con pies y brazos. Esto durante todo el primer mes. Era para que las piernas y los brazos no se doblaran. Los niños se quedaban como mazos, tiesos.»

(Terroso. Ti Encarnación)

Algunas madres sanabresas tenían un modo muy particular para aliviar las escoceduras que el recién nacido se hacía por el descontrol de sus esfínteres.

«No había polvos de talco antiguamente, así que después de limpiar al niño sucio, la gente cogía un tronco viejo y sacaba de él al sacudirlo un polvillo muy fino, el carunxo, fino como la harina, echándolo sobre un trapo, y luego lo iba guardando en un bote.»

(Terroso. Ti Encarnación)

Pocos remedios tenían las parteras para aliviar los dolores y el desfallecimiento de la madre producidos en el parto y después del parto. El remedio era parecido al de otros momentos de enfermedad: un caldo de gallina, chocolate desleido en agua y miel.

«Se mataba una gallina para la recién parida. Se le daba un caldo de gallina, chocolate, buen vino con miel y azúcar…»

(Terroso. Santiago)

Después del parto la mujer pasaba unos días de cuarentena en su casa hasta que iba a la iglesia. Antes de ese acto no podía hacer otras cosas.

El bautizo.

Un signo muy importante del lenguaje tradicional de los sanabreses era el bautizo del recién nacido. A los tres días de nacer se llevaba al niño a la iglesia. Este iba vestido del modo más adecuado, dentro de las posibilidades de cada vecino.

«Hasta hace pocos años los niños llevaban faldón, una toquilla y un gorrito de encaje.»

(Terroso. Ti Encarnación)

Ni el padre ni la madre protagonizaban el acto, a parte del niño, sino que los protagonistas eran los padrinos, vecinos que sustituían a los padres tanto en este acto como en el resto de la vida del niño, si los padres faltaran. El PADRINO y la MADRINA del niño iban a ser personas destacadas dentro del  círculo de relaciones del nuevo sanabrés. Los padrinos no tenían que ser necesariamente de la familia o parentela de los padres, cosa que llama la atención si lo comparamos con otras culturas de la península (44)

«Con el padrino había un trato especial. El que era padrino de un niño lo tenía como si fuera su hijo. La madre y el padre del niño trataban de usted al padrino y la madrina de éste, y los padrinos se convertían en el compadre y la comadre de los padres del  niño. Cogían amistad como si fuera de familia.»

(Terroso. Ti Encarnación)

La terminología COMPADRE y COMADRE, y el hecho de que muchas veces no fueran de las familia, potenciaban nuevas relaciones entre familias distintas y un seguro para el niño, o al menos una atención preferencial hacia él, si sus padres faltaran. El padrino del bautizo era el padrino de la boda, y también del primer hijo que tuviera el nuevo matrimonio.

Entre otras atenciones que podía tener el padrino, estaba el REY, un chorizo de la MATANZA reservado por el padrino para su AHIJADO, el regalo del día de Reyes. Por el contrario, cuando un padrino era poco generoso se decía «…de nada te vale tener padrino…»

«El bautizo era un día para comer bien. El padrino daba un cigarro y la madrina almendras y caramelos. Los padrinos eran los responsables del niño si faltaba el padre o la madre. Los padrinos se hacían comadre y compadre de los padres del niño, se trataban de usted entre ellos. Por Reyes, el padrino o la madrina le daban un cariño al ahijado, unos chorizos. Se trataba con mucho respeto al padrino y a la madrina.»

(Terroso. Ti Encarnación)

La ceremonia del bautizo se realizaba al fondo de la iglesia, en una pila bautismal de granito. Los padrinos debían decir bien el CREDO, porque, si se equivocaban, el ahijado/a podría tener problemas para empezar a hablar. Por lo demás, el rito seguía lo establecido por la Iglesia Católica. Ese día, después de salir de la iglesia y repartir golosinas entre los curiosos y amigos, la familia con los nuevos padrinos comían en casa del afortunado matrimonio (45).

El nombre que recibía el niño solía ser el de algún familiar cercano o el del mismo padrino/madrina.

Después del parto la madre iba a la iglesia a llevar la OFRENDA. El trato era distinto según fuese madre soltera o madre casada.

«Había que llevar la ofrenda que consistía en una cesta con cuatro velas y un paño limpio y bonito, de lino y ganchillo. La chica que quedaba en estado antes de casarse se le hacía llevar una vela y una cesta de paja, no la recibía el cura a la puerta de la iglesia…»

(Terroso. Ti Encarnación)

Había nacido un sanabres/a , una nueva esperanza para su familia. Si una enfermedad no se lo llevaba, se criaría al amparo de su casa, aprendiendo de sus padres y abuelos. Al crecer se haría un niño de «rasgos celtas, ojos de claro azul, fuerte pómulo, cabello castaño y labios carnosos…» (46)

El rapaz y la rapaza. El chaval y la chavala.

La infancia de un niño sanabrés transcurría en el ambiente de la casa familiar, y a partir de 1878, también en la escuela.

Desde el primer momento, el niño y la niña eran integrados en la actividad diaria familiar. Cuando no podían hacer nada, en los primeros años de vida, la madre lo llevaba consigo al trabajo en el campo o con los animales, si no tenía quien lo atendiera en casa.

Cuando la criatura andaba, podemos suponerle entre las ovejas, las vacas o las gallinas sin ningún miedo, observando las faenas diarias de sus padres y sus hermanos, tal vez chapoteando en los charcos de la calle con sus pequeños CHOLOS o haciendo un molinillo con plumas de gallina pinchadas en una BOYACA de roble en el arroyo de la “Calella”.

A los cuatro o cinco años empezaría a ir por agua a la fuente y a hacer lo que sus padres le mandaran; le veríamos jugando con los otros rapaces  del pueblo, aunque en el momento que ya despuntara un poco, sus padres le darían poco tiempo para jugar. Como los participantes en la Misión Pedagógica en San Martín de Castañeda, los rapaces/as de nuestro municipio jugarían   «espalda contra espalda, enlazados los brazos, carga una niña contra la otra.

– ¿Dónde estás?

– Nun taburete

– ¨Qué comiste?

– Manzanete

– Tú darás

– Yo daré

– Bájate del borrico que yo subiré.» (47)

Cuando entraban en el pueblo enfermedades contagiosas, ellos eran los que más sufrían el azote de estas desgracias todavía presentes en los comienzos del siglo XX. La viruela, la difteria o GARROTILLO, la GRIPPE, etc. cogían a niños y niñas carentes de defensas, no sólo porque pasaban tiempos de carestía, sino tambié porque se alimentaban con una monótona dieta de CALDO de berzas, patatas y sopas de pan aderezadas con grasa de cerdo.

Advertimos en los registros de la escuela que los niños y niñas estaban metidos en las faenas de la casa antes de los once años, en concreto, en el pastoreo. Todos nuestros informantes recuerdan su infancia y su juventud unidas a las vacas o a las ovejas de su familia.

Durante los años de escuela, el cura vigilaba para que todos los niños y niñas de la parroquia asistieran también a la DOCTRINA. Era la preparación para la Primera Comunión y los años para aprender la fe religiosa de los mayores.

«La doctrina de los niños era cuando hacían la Primera Comunión, fueran los de la Primera o los de la Segunda, porque mientras no se pasaba a mayor, a mozo, mientras anduvieras a la escuela, tenías que ir a la Doctrina, y no te pasaban para mayores. Entonces el día que se hacía la Primera Comunión, por Pascua, a la salida de la iglesia te daban unas almendras y un trozo de pan, a los que habían hecho  la Segunda también, y a los párvulos que habían empezado igual. Salía el ama del cura con dos cestos de pan partido, pan de trigo que te sabía a gloria, y te daban un puñao de almendras.»

(Terroso. Laura)

Los rapaces pasaban por la DOCTRINA en dos etapas, los PARVULOS que entraban a hacer la PRIMERA COMUNION, y los que después de ésta permanecían en la DOCTRINA hasta que acabasen la escuela haciendo la SEGUNDA COMUNION.

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NOTAS.

(43)  Jorge Dias (1953) describe costumbres parecidas en Rio de Onor, págs. 315-317.

(44)  Costumbre parecida según la cual el padrino y la madrina no tenían por qué ser de la familia lo encontramos en Jorge Dias (1953), página 137; también en la zona gallega de Nicolás Tenorio (1982), página 73 y de Lisón Tolosona (1983) página 143.

(45)  Ramón Carnicer (1985) describe un bautizo en La Cabrera en el año 1961 con situaciones similares a las de Terroso. Páginas 40-41

(46)  Misión Pedagógico Social en San Martín de Castañeda (1935), página 17.

(47)  Idem, página 17.


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